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Batalla contra el conde de Barcelona (pp. 356-361)

Berenguer, el conde de Barcelona, habiendo pactado con al-Hayib. después de recibir de él grandes sumas de dinero, al punto salió de Barcelona con un gran ejército y llegó a los confines de Zaragoza. En Calamocha, en tierras de Albarracín, plantó su campamento.

Entonces el conde se dirigió con unos pocos a Musta’in, rey de Zaragoza, que estaba en Daroca, y habló con él de hacer las paces entre ellos. Una vez recibió el dinero de Musta’in, confirmaron la amistad entre ambos. El rey Musta’in a ruegos del conde se dirigió con él a ver al rey Alfonso que entonces estaba en la región de Orón. Rogó al rey insistentemente que le prestara su auxilio con sus soldados contra Rodrigo. Pero el rey no quiso atender a sus ruegos y el conde se dirigió a Calamocha con sus caballeros, Bernardo, Giraldo Alemán y Dorea con un numeroso ejército. Allí se reunió una gran hueste de combatientes contra Rodrigo.

Por entonces Rodrigo permanecía en las montañas en el lugar llamado Herbés, a donde le envió un emisario el rey Musta’in, quien le anunció que el conde de Barcelona estaba preparado para luchar con él. Rodrigo sonriendo dio esta respuesta al mensajero que le daba tales noticias: «A Musta’in, rey de Zaragoza, mi amigo fiel: Os doy las gracias con todo mi afecto, puesto que me habéis descubierto el proyecto del conde y su propósito… de una futura… guerra contra mí. Pero desdeño y desprecio al conde y a su copioso ejército, y en este lugar le esperaré gustoso con la ayuda de Dios. Si llega, lucharé con él». Llegó Berenguer con su inmenso ejército a través de las montañas hasta un lugar próximo a donde estaba Rodrigo y fijó su campamento no lejos de él. Una noche envió exploradores para que reconocieran el lugar… Pues el campamento estaba enclavado bajo el monte.

Al día siguiente el conde hizo escribir una carta y la envió a Rodrigo por medio de un emisario, diciendo así: «Yo, Berenguer, conde de Barcelona, junto con mis soldados te aseguro a ti, Rodrigo, que vimos la carta que enviaste a Musta’in diciendo que nos la mostrase, en la cual te burlaste de nosotros y nos menospreciaste en demasía incitándonos a un gran furor. Ya antes nos habías hecho muchas injurias por las que deberíamos estar enemistados y airados contigo ¡cuánto más debemos ser tus enemigos y adversarios por las burlas con las que en tu carta nos despreciaste y nos injuriaste! Y además …todavía en tu poder el dinero que nos quitaste. Pero Dios, que es poderoso, nos vengará de tantas injurias que de ti hemos recibido. Peor injuria y burla nos hiciste al decir que éramos semejantes a nuestras mujeres. Nosotros no queremos corresponderos ni a ti ni a tus hombres con tan grandes injurias, pero pedimos y rogamos al Dios del Cielo que te traiga a nuestras manos y te entregue a nuestro poder para que podamos demostrarte que tenemos más valor que nuestras mujeres. También dijiste al rey Musta’in que, si veníamos a luchar contigo, nos saldrías al encuentro más rápidamente de lo que él pudiera volver a Monzón, y por el contrario, si nos retrasáramos en ir contra ti, nos saldrías al encuentro por el camino. Te rogamos, por tanto, encarecidamente que no nos eches en cara el que hoy no bajemos a ti, pues hicimos esto porque queríamos asegurarnos del número de tu ejército y de tu posición, pues vemos que confiado en tu monte quieres luchar con nosotros en él. También sabemos que… los cuervos, las cornejas, los halcones, las águilas y las aves de todo género son tus dioses porque confías más en sus agüeros que en Dios. Nosotros sin embargo creemos y adoramos a un solo Dios que nos vengará de ti y te pondrá en nuestras manos. Pero ten por seguro que mañana al amanecer, con la ayuda de Dios, nos verás cerca de ti y ante ti. Si sales hacia nosotros al llano y te separas de tu monte, serás el mismo Rodrigo a quien llaman luchador y Campeador. Si por el contrario no quisieres hacerlo, serás lo que dicen los castellanos en su lengua romance «alevoso» y los francos «bauzador» y «fraudator». De nada te valdrá hacer ostentación de tanto valor; no nos iremos de tu lado ni nos separaremos de ti, hasta que llegues a nuestras manos muerto o cautivo y cargado de cadenas. En fin, haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con nosotros. Dios vengará sus iglesias que destruiste y profanaste violentamente».

Rodrigo escuchó la lectura de esta carta y al momento mandó escribir su respuesta y enviarla al conde, diciendo: «Yo, Rodrigo, te saludo junto con mis compañeros a ti, conde Berenguer y a tus hombres. Ten por seguro que escuché tu carta y comprendí muy bien su contenido. Dijiste en ella que yo escribí una carta a Musta’in en la que me burlaba de ti y te ultrajaba a ti y a tus hombres. Dijiste verdad: me burlé de ti y de tus hombres y aún ahora me burlo. Te diré por qué me mofé de ti. Cuando estabas con Musta’in en los alrededores de Calatayud, me ultrajaste delante de él diciéndole que por el temor que te tenía no me había atrevido a entrar en estas tierras. También tus compañeros, Raimundo de Barbará y otros soldados, que estaban con él, dijeron esto mismo al rey Alfonso, burlándose de mí en Castilla delante de los castellanos. También tú personalmente, en presencia de Musta’in dijiste al rey Alfonso que habrías luchado conmigo y me habrías expulsado vencido de las tierras de al-Hayib y que de ningún modo me había atrevido yo a esperarte allí, pero que dejaste de hacer todo esto por amistad hacia el rey, y por respeto a él no me molestaste, y porque yo era vasallo suyo, por esto te abstuviste de inferirme deshonra alguna y de hacerme agravio. A causa de estas afrentas e injurias que me hiciste, me mofé y me mofaré de ti y de los tuyos, y os equiparé y asemejé a vuestras mujeres por vuestras débiles fuerzas. Pero ahora no podrás excusarte de luchar conmigo, Si es que te atreves a luchar. Si por el contrario no te atreves a hacerme frente… en su amistad… y si te atreves a venir a mí con tu ejército. ven ya… no temo. No creo que ignores lo que he hecho y cuántos daños os he inferido a ti y a tus hombres. He sabido que hiciste un trato con al-Hayib prometiéndole que si te daba dinero, me echarías y expulsarías de sus tierras. Creo que tendrás miedo de cumplir tus promesas y no te atreverás a venir a luchar conmigo. Pero no rehuses hacerlo porque estoy en el lugar más llano de estas tierras. En verdad te digo que, si tú y los tuyos queréis venir a mí, no os aprovechará a vosotros. Si os atrevéis a venir a mi, os daré vuestra paga como suelo dárosla. Si rehusáis y no os atrevéis a luchar conmigo, enviaré cartas al rey Alfonso y mensajeros a Musta’in. Les diré que no pudiste realizar, aterrado por temor a mí, lo que prometiste y lo que aireaste jactanciosamente que ibas a hacer. No sólo haré que conozcan esto y lo sepan estos dos reyes, sino todos los nobles cristianos y sarracenos. Pues cristianos y sarracenos sabrán bien que has sido mi prisionero y que tengo en mi poder tu dinero y el dinero de los tuyos. Ahora te espero en la llanura con ánimo fuerte y seguro. Si te atreves a venir, allí verás parte de tu dinero, pero no para tu provecho, sino para tu vergüenza. Jactándote con superfluas palabras has asegurado que me llevarás vencido, cautivo o muerto. Esto está en manos de Dios y no en las tuyas. Burlándote de mí muy falsamente dijiste que hice «alevosía» según se dice en el lenguaje de Castilla, o «bauzía» en el de la Galia, por lo que has mentido por tu boca. Nunca hice tal cosa. Hizo esto aquél de quien se sabe probadamente que ha cometido tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y paganos saben que es tal como digo. Ya hace mucho tiempo que litigamos de palabra; dejémonos de palabras y resuélvase entre nosotros esta disputa como es costumbre entre caballeros nobles por la digna fuerza de las armas. Ven y no tardes. Recibirás de mí la paga que suelo darte».

Tan pronto como Berenguer y todos los suyos escucharon esta carta, todos a una se llenaron de una inmensa ira. Después de celebrar consejo, enviaron inmediatamente por la noche algunos soldados para que subieran a escondidas y tomaran el monte que se elevaba sobre el campamento de Rodrigo, pensando atacarlo desde allí, invadirlo y tomar sus tiendas. Viniendo así de noche, ocuparon y tomaron aquel monte, sin que Rodrigo lo supiera.

Al día siguiente, muy temprano, el conde y sus soldados, dando gritos alrededor del campamento de Rodrigo, irrumpieron allí contra ellos. Al ver esto Rodrigo, rechinando sus dientes, mandó al punto a sus caballeros vestir las lorigas y ordenar animosamente sus haces contra los enemigos. Rodrigo se lanzó velozmente contra la formación del conde y la desbarató y venció al primer encuentro. Sin embargo, en el mismo ataque cayó de su caballo, mientras luchaba con gran arrojo, quedando magullado y herido. No obstante, sus soldados no desistieron de luchar. sino que pelearon con fuerte ánimo hasta que vencieron al conde y a todo su ejército, consiguiendo valerosamente la victoria sobre ellos. Al fin, tras pasar a cuchillo y matar a muchos de aquéllos, prendieron al propio conde y lo llevaron cautivo a Rodrigo con casi cinco mil de los suyos, hechos prisioneros en aquel combate. Rodrigo mandó que junto con el mismo conde fuesen custodiados, vigilados y encerrados algunos, Bernal, Giraldo Alemán, Ramón Mirón, Ricardo Guillén, y otros muchos de los más nobles. De este modo fue conseguida la victoria sobre el conde Berenguer y su ejército digna de ser alabada y recordada siempre.

Los soldados de Rodrigo devastaron todo el campamento y tiendas del conde Berenguer, tomaron todo el botín que encontraron en ellas, muchos vasos de oro y plata, telas preciosas, mulos, caballos de silla y de posta, lanzas, lorigas, escudos, y presentaron y llevaron a Rodrigo fielmente todo lo que cogieron, sin faltar nada.

El conde Berenguer, viendo y comprendiendo que por voluntad divina había sido herido, vencido y capturado por Rodrigo, pidiéndole misericordia humildemente, llegó a presencia de éste, que estaba sentado en su tienda y le pidió perdón con muchos ruegos. Rodrigo no quiso recibirle benignamente, ni le permitió sentarse junto a él en la tienda, sino que ordenó a sus caballeros que le custodiaran fuera. Ordenó solícitamente que le dieran allí abundantes vituallas y finalmente, le permitió volver libre a su patria. Pero cuando Rodrigo se recuperó después de pocos días, firmó un pacto con Berenguer y Giraldo Alemán estipulando que le dieran ochenta mil marcos de oro de Valencia en concepto de rescate. Los otros cautivos se comprometieron bajo juramento a darle por su rescate, a voluntad de Rodrigo, innumerables riquezas, en cantidad fijada.

Luego volvieron a sus casas y regresaron de allí apresuradamente a Rodrigo con gran cantidad de oro y plata, llevando consigo además de las riquezas que traían, hijos y parientes que querían que quedaran como rehenes hasta que pudieran pagar la cantidad establecida como rescate, asegurándole que habían de darle todo y llevarlo a su presencia. Al ver Rodrigo esto, después de consultar con los suyos, movido por la piedad, no sólo permitió que volvieran libres a sus tierras sino que les perdonó el rescate. Ellos regresaron a sus tierras alegres dando con veneración las gracias a su nobleza y piedad por tanta misericordia y prometiendo servirles con todos sus bienes y con gran honor.

El texto completo de la traducción de la HR se puede consultar en el siguiente enlace de la Universidad de Sevilla: https://idus.us.es/bitstream/handle/11441/38410/0211-8998_n201_p339-375.pdf;jsessionid=C1052D789AA70129983699FD6E84807F?sequence=1