Título completo del capítulo 17: Mención de las afirmaciones que los cristianos hacen contrarias al texto de la Torá, desmintiendo pasajes del original de ésta que los judíos poseen, y pretensión de algunos sabios cristianos que se basan, para justificar su conducta, en la traducción que de la Torá hicieron los setenta intérpretes para Tolomeo y no en los libros de Esdrás el escriba, mientras que los judíos dan crédito a ambas redacciones.
En el texto de la Torá que sin discrepancia alguna entre sí admiten todos los judíos; así los rabaníes, como los anuníes e isaníes, se dice (Gen., V, 3): “Cuando Adán había vivido 130 años, le nació un hijo de su semejanza y género, al cual llamó Set.” En cambio, en el texto de los cristianos, que todos ellos admiten sin discrepancia alguna, sea cualquiera la secta a que pertenezcan, dice: “Cuando vinieron sobre Adán 230 años, le nació Set.”
En la Torá de los judíos (Gen., V. 6): “cuando Set había vivido 105 años, engendró a Enós.” En cambio, en la de todos los cristianos dice: “Cuando Set había vivido 205 años, engendró a Enós.”
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De las discrepancias que acabamos de citar entre las dos taifas (judía y cristiana) nace un aumento de 1350 años en la edad del mundo, según los cristianos respecto de la que tiene, según los judíos. Dichas discrepancias citadas afectan a 19 pasajes de la Torá. Es, pues, evidente que la Torá difiere en ambas relaciones. Ahora bien; tamaña contradicción no puede proceder de Dios en manera alguna, ni de la palabra de un profeta, ni de la palabra siquiera de un simple hombre verídico y bien informado; luego es indudable, según esto, que es falso que la Torá y dichos libros hayan sido trasmitidos por tradición auténtica que merezca fe, sino antes bien por tradición apócrifa, alterada y corrompida. Los cristianos, por consiguiente, están lógicamente obligados a aceptar una de estas cinco consecuencias forzosas, sin escapatoria posible: 1.ª Admitir como verídica la tradición de la Torá de los judíos, considerándola como obra auténtica de Moisés y asimismo la de sus restantes libros. Esta hipótesis es, en efecto, la que los cristianos admiten en sus polémicas y disputas. Mas, haciendo esto, implícitamente confiesan que ellos mismos y sus antepasados, de quienes recibieron su propia religión, mintieron, puesto que contradicen la palabra de Dios y de Moisés. 2.ª Desmentir a Moisés rechazando por mendaz la doctrina que éste trasmitió como de Dios. Esto no lo hacen los cristianos. 3.ª Desmentir la tradición judaica de la Torá y de sus restantes libros. En este caso, cae por su base el fundamento que los cristianos ponen en dichos libros, es decir, los textos que, según ellos, son vaticinios relativos al Mesías. A nadie, en efecto, le es lícito argüir con textos cuya tradición no es auténtica. 4.ª Decir, como algunos cristianos dicen, que ellos no se fían, para aquel objeto, más que de la versión de los Setenta intérpretes, que tradujeron la Torá y los libros de los Profetas para Tolomeo. Mas, si dicen esto, no pueden eludir lógicamente una de estas dos consecuencias: o los Setenta intérpretes fueron veraces o fueron mendaces en su traducción. Si fueron mendaces, todo el negocio de los cristianos cae por su base, ya que se reduce a la profesión pública de una mentira. Y si fueron veraces en su versión, resultarán dos Torás diferentes, que entre sí se desmienten y una a otra se contradicen: la Torá de los Setenta intérpretes y la Torá de Esdrás. Ahora bien; es absurdo e imposible que ambas a dos sean simultánea y realmente obra de Dios. Los judíos y los cristianos todos admiten como verdaderas estas dos Torás y en ambas creen a la vez, con excepción de la Torá de los samaritanos. Pero es forzoso lógicamente que una sólo de ambas sea la verdadera y la otra sea falsa. Luego cualquiera de las dos sea la falsa, siempre resultará que ambas taifas, la judía y la cristiana, creen en algo que es falso. Y una religión que cree, con la seguridad de la certeza, en el error, no tiene nada de buena. Si la Torá de los Setenta intérpretes es la falsa, resultará que éstos fueron traductores malos, mendaces y, por tanto, execrables, ya que alteraron la palabra de Dios y la corrompieron. Ahora bien; a nadie les es lícito tomar su propia religión de individuos de tal calidad, ni recibir de ellos la doctrina tradicional de la misma. Si, por el contrario, es la Torá de Esdrás la falsa, entonces Esdrás será el falsario, ya que alteró la palabra de Dios; y de manos de un falsario no puede ser lícito el recibir doctrina alguna religiosa.
No hay escape posible de una de estas dos consecuencias. O bien, serán ambas Torás mendaces, que es lo que en realidad de verdad ocurre con toda certeza y sin posibilidad de duda, puesto que en ambas existen las mentiras desvergonzadas que antes pusimos de manifiesto, bastantes para concluir lógicamente que están corrompidas y adulteradas. Caen, pues, por su base las dos taifas a la vez y queda reducida a la nada la religión de ambas, que en el último análisis se reduce a aquellos mendaces libros. ¡Líbrenos Dios del extravío!
Reflexionad bien acerca de este solo artículo en el cual hay ya motivos bastantes para certificarse de la vacuidad de ambas religiones, ¿Qué decir, pues, si a este artículo se agregan todos los otros que antes adujimos? Eso sin contar con otras discrepancias que ofrece la Torá de los judíos, comparada con la de los cristianos, los cuales no puntualizamos por creer suficientes las citadas.
¡Loado sea Dios, Señor del Universo, por el inmenso beneficio que nos ha otorgado con la religión del Islam, cuya doctrina nos ha sido transmitida por tradición auténtica que sin solución de continuidad llega hasta el Enviado de Dios, infalible y veraz, exento de toda mentira y de todo error, y cuya verdad la misma razón natural la atestigua!