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Capítulo 1

Dijo Moseh, hijo del rab Maimon, el juez, el sefardí, de bendita memoria: un contemporáneo nuestro preguntó a un hombre, que se tiene por uno de los más sabios, sobre algo que les había acontecido no sólo a ellos sino a muchas de las comunidades de Israel, es decir, sobre la persecución, ¡Dios la haga desaparecer!, por la cual se obli­gaba a reconocer al Hombre1Mahoma, el profeta del Islam. como enviado y verdadero profeta. Bien reconocían al Hombre para no morir y eran asimilados sus hijos con los gentiles2La ley islámica determinaba que los hijos de los conversos debían de ser educados por los ulemas. o bien deberían morir si no reconocían este decreto, a pesar de estar obligado por la Ley de Moisés, nuestro maestro, la paz sea con él, y que este mandato hace abandonar todos los pre­ceptos.

Respondió el interpelado con una carta vana, sin sentido, falta de forma y contenido; planteó unas teorías que confundieron a las muje­res privadas de seso. Reproducimos su contenido pese a que sea muy extenso, banal y pesado, si no tuviéramos piedad por la desgracia que el Señor, bendito sea, ha tenido a bien concedernos, es decir: la palabra, que también es bendita según nuestra Santa Ley, tal y como está dicho: «¿Quién puso la boca al hombre?» (Ex. 4, 11). Según esto, conviene que el hombre considere más su palabra que su rique­za, que no alargue su discurso y que abrevie el contenido: ya llamó la atención el sabio, la paz sea sobre él, diciendo: «Pues el sueño pro­viene del exceso de contenido, y el vocerío necio del exceso de pala­bras» (Ece. 5, 2). ¿No ves acaso cómo los amigos de Job dijeron acer­ca de su verborrea: «¿El charlatán no tendrá réplica? ¿El hombre de labia tendrá razón?» (Jb. 11, 2); «Job no habla con conocimiento y sus palabras no son razonables» (Jb. 34, 35). Y hay muchas citas como ésta…

Nosotros que sabemos la verdad sobre este tema y no admitimos la insensatez de este hombre, creímos conveniente recoger una parte del texto solamente y omitir el resto, lo ínadmisible. Al examinar cui­dadosamente todas sus palabras lo inadmisible es que él dice: «Quien reconoce a Mahoma como enviado, de hecho reniega del Señor».3En el texto no aparece el término Muhammad, sino «él». La profesión de fe islámica reza así: «No hay otro Dios que Allah, y Mahoma es su profeta». Basó su argumento en lo que dijeron nuestros sabios, de bendita me­moria: «Todo el que profesa la idolatría es como si renegara de la Ley completa».4Qid. 40a; Hul. 5a; Hor. 8a. No supo distinguir entre el que profesa la idolatría sin ser coaccionado, con gozo en el alma, como Jeroboam y sus com­pañeros, y el que dice de la persona de Mahoma que es un profeta, por temor a la muerte.

Cuando vimos el principio de su carta, dijimos: No conviene opi­nar hasta que lo escuchemos todo. Como dijo el sabio: «Al que res­ponde sin escuchar, le corresponde necedad y confusión» (Pr. 18, 13). Al analizar sus palabras un poco más, descubrimos que dice: «El que pronuncia el juramento, incluso si cumple toda la Ley en secreto o en público, es considerado pagano». No tiene las ideas claras al no dis­tinguir entre quien no observa el sábado amenazado por la espada y quien no lo guarda para su gusto. Además dijo: «Si entra un converso en una mezquita para rezar y no dice ni una palabra, y después entra en su casa y reza su oración, con esta oración agrava su culpa y co­mete pecado». Él basa sus argumentos en las palabras de nuestros sa­bios, de bendita memoria: «Dos maldades ha cometido mi pueblo» (Je. 2, 13), unos adoran el ídolo y otros el templo.5Yom. 77a. El Señor no es­tablece diferencia entre el que adora el ídolo o el templo siguiendo el camino de la herejía, profanando el nombre del Señor y manci­llando su Santo Nombre, y entre aquel que acude a una casa de oración no muy diferente y exalta el Nombre, y no recuerda al Pro­feta, ni dice nada contrario a su religión en ningún aspecto. A pesar de todo, sostiene que por entrar ya reniega de su fe.

Encontramos que dice así: «Quien profesa por ese mismo Hom­bre, que él es profeta, es un apóstata, y su naturaleza malvada e ilegal a causa de las ilegalidades prescritas por la Torah, pues la Torah dice: «No pongas tu mano por el malvado (Ex. 23, 1). No pongas al malvado por testigo».6B. Q. 72b.

Cuando escuchamos su oprobio, su blasfemia y su palabrería es­túpida y perversa, dijimos: Por todo esto, no es conveniente que nos ocupemos de ello hasta que hayamos escuchado sus palabras hasta el final. Tal vez sea como dice Salomón:7Según la tradición judía, el rey Salomón era cl autor de varios libros bíblicos como Eclesiastés, Sabiduría, Proverbios y Cantares. «Mejor es el remate de una cosa que su comienzo» (Ece. 7, 8); encontramos que al final dice: «Los heréticos e incircuncisos creen de tal modo, que prefieren morir antes de reconocerlo en su misión».8Se refiere a los cristianos y otras religiones que también fueron duramente perseguidas por los almohades. Utiliza tres términos diferentes: «herético», «incir­cunciso», «cristiano». Al oír esto nos espantamos de tan gran maravilla y exclamamos: ¿Se ha quedado sin Dios Israel? El que un idólatra queme a su hijo o a su hija en ritual, ¿es razón para que nos quememos nosotros mismos por el culto a Dios? ¡Qué pregunta y qué respuesta! Cuando observamos que al principio de su discurso toma como prueba algo que no se corresponde con sus pala­bras y al final considera aceptable la opinión de los heréticos y de los cristianos, dije: Qué santas son las palabras: «El comienzo de las palabras de su boca es necedad y el final de su charla locura mala» (Ece. 10, 13).

Conviene que sepáis que el hombre no debe hablar ni predicar públicamente hasta que revise lo que desea decir una, dos, tres y has­ta cuatro veces, y se lo estudie bien, y después podrá hablar. Y así dijeron los sabios,9Ge. R. 26. que en paz estén, aportando una prueba de la Es­critura: «Entonces la vio, la exploró, la examinó e incluso la escudri­ñó» (Jb. 28, 27). Y después: «Habló al hombre» (Jb. 28, 28). Esto hace referencia a lo que el hombre precisa para hablar; sin embargo, lo que el hombre graba con su mano y lo escribe en un libro es ne­cesario que lo revise mil veces, si puede. El hombre que no lo hace así sino que escribe los temas respetables por formulismo, y no presta atención a escribirlos en un principio y corregirlos porque no cree que haya que revisarlos; y los pone en las manos de un hombre que vagará con ellos por todas las ciudades y todas las naciones y turbará los corazones de los hombres: «Mandó tinieblas y tinieblas hubo» (Sal. 105, 28).