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La concordia entre la revelación y la ciencia

TEXTO II –  (Fasl al-Maqal o Doctrina decisiva y fundamento de la concordia entre la revelación y la ciencia, Müller, Munich, 1859; pp. 1-11; trad. de M. Alonso Alonso en Teología de Averroes, Comillas, 1947, pp. 149-174).

El intento de este ensayo es inquirir, desde el punto de vista positivo de la religión revelada, si por ventura la especulación sobre la filosofía y las ciencias lógicas es lícita según la religión revelada, o si está prohibida, o si se la recomienda, bien sea modo de mera invitación, bien sea por vía de precepto riguroso.

1.-Primera parte: Solución del problema. Demostración generaL Decimos, pues, que, de una parte, la filosofía no es más que el examen de los seres existentes y su consideración reflexiva como indicios que guían al conocimiento de su Hacedor, es decir, en cuanto que son cosas hechas. Y esto es así, porque únicamente por el conocimiento del arte con que han sido hechos, demuestran los seres existentes la existencia del Hacedor, y cuanto más perfecto sea el conocimiento de ese su arte, tanto más perfecto será el conocimiento que den del artífice. Por otra parte, el texto revelado invita, a veces, al estudio de esos mismos seres existentes y a ello exhorta. Por consiguiente, es manifiesto que lo que ese nombre [estudio] significa, o será obligatorio por la ley revelada, o será invitación de consejo.

Que la revelación invite a considerar por la razón los seres existentes y a buscar por ella su conocimiento, es cosa bien manifiesta en más de un versículo del Libro de Dios ¡bendito y ensalzado sea! Así, por ejemplo, dice:”Considerad vosotros los que tenéis entendimiento” [Alcorán, 59,2]. Este es un texto que prueba la necesidad de emplear el raciocinio intelectual, o el intelectual y positivo de la revelación a la vez. Asimismo dice en otro lugar [Idem, 7,184] “¿Y por qué no ponen su atención en el reino de los cielos y de la tierra y en lo que Dios creó?”. Este es también un texto que exhorta al estudio reflexivo de todos los seres existentes. Además, enseña Dios, ¡ensalzado sea!, que Abrahán fue uno de aquellos a quienes distinguió y ennobleció con ese conocimiento, cuando dice, iensalzado sea!, [Idem, 6,75]: “Así hicimos ver a Abrahán el reino de los cielos y de la tierra.” Dice también [Idem, 88,17]: “¿Acaso no ven cómo fue criado el camello y cómo fue elevado el cielo?”. Y en otro lugar [Idem, 3,188]: “Los que reflexionan sobre la creación de los cielos y de la tierra”, con otros muchos versículos que no se pueden encontrar.

Si, pues, consta según esto que la revelación nos impone el estudio y la consideración de los seres por medio de la razón, y si esta consideración no es otra cosa que el acto de deducir de lo conocido lo desconocido haciéndolo salir de aquel–y esto es el raciocinio, o cosa que se hace con raciocinio–, resulta que tenemos la obligación de aplicar nuestra especulación a los seres existentes por medio del raciocinio intelectual. Es claro que esta orientación del estudio, a que la revelación convida e invita, es la más perfecta especie de raciocinio, que se llama demostración apodíctica.

2.- El estudio de la lógica. Puesto que la revelación incita al conocimiento de Dios, ¡ensalzado sea!, y de los seres existentes por medio de la demostración apodíctica, resulta que para quien quiera conocer demostrativamente a Dios, ¡bendito y ensalzado sea!, y a los demás seres existentes, le será requisito de perfección o de precepto riguroso el conocer de antemano las especies y condiciones de las varias demostraciones, es decir, en qué difiere el raciocinio apodíctico del dialéctico, del retórico y del sofístico. Pero esto no es posible sin que antes se conozca qué es el raciocinio en absoluto y cuántas son sus especies y cuáles de éstas son raciocinios legítimos y cuáles no lo son. Pero tampoco esto es posible, a no ser que antes se conozcan las partes del raciocinio que van delante, es decir, las premisas y las especies de éstas. Por tanto, incumbe a los fieles por ley positiva de la revelación, a la cual han de obedecer, el especular sobre los seres existentes; pero también les incumbe, antes de especular, la obligación de conocer esas cosas que, respecto de la especulación, equivalen a los instrumentos respecto de las operaciones.

Así como el alfaquí o jurista infiere del precepto de dar sentencia en los tribunales la necesidad de conocer las argumentaciones jurídicas según sus especies y de distinguir cuáles son legítimas y cuáles no lo son, así también de la orden de especular sobre los seres existentes debe el teólogo escolástico deducir la obligación de conocer el raciocinio intelectual y sus especies, y esto a fortiori, porque si de haber Dios dicho [Alcorán, 59,2]: “Considerad vosotros los que tenéis entendimiento”, deduce el alfaquí la necesidad de conocer el raciocinio jurídico, con mayor razón deducirá de ese texto el teólogo escolástico la necesidad de conocer el raciocinio intelectual.

Posible es que alguien objete que esta especie de estudio sobre el raciocinio intelectual es innovación herética, ya que en los primeros tiempos del Islam no existía. Pero también el estudio del raciocinio jurídico y de sus especies es cosa que se inventó después de los primeros tiempos, y, sin embargo, no se ve que sea innovación o herejía. Luego eso mismo es forzoso decir del estudio del raciocinio intelectual. Por lo demás, la objeción obedece a una causa tan extrinseca que no es éste el lugar de mencionarla. Más aún: la mayoría de los que profesan esta religión están convencidos de la necesidad del raciocinio intelectual o filosófico, exceptuada la pequeña taifa de los haswies, contra los que puede argüirse con textos alcoránicos irrefutables.

3. El estudio de los precursores. Ahora bien, puesto que, según la religión positiva, el estudio del raciocinio intelectual y sus especies es tan obligatorio como el estudio del raciocinio jurídico, resulta evidente que, si ninguno de los que nos han precedido, se hubiera consagrado a estudiar la naturaleza y especies del razonamiento filosófico, estaríamos obligados nosotros a inaugurar esa labor, a fin de que los que vengan en pos de nosotros puedan encontrar ayuda en quienes les han precedido y así se vaya perfeccionando progresivamente la ciencia en esta materia. Es, en efecto, difícil por no decir imposible, que un solo hombre, expontáneamente por sí propio, y de primera intención, llegue a investigar todas las leyes necesarias para el buen empleo del raciocinio filosófico. Lo mismo puede asegurarse del raciocinio jurídico de analogía que emplean los alfaquíes: es difícil que un solo hombre haya inventado las leyes todas necesarias para su directo empleo; dije mal: es menos difícil esto último. De consiguiente, es indudable que debemos servirnos, como de ayuda para nuestros estudios filosóficos, de las investigaciones realizadas por todos los que nos han precedido en la labor; y esto, lo mismo si fueron correligionarios nuestros, como si profesaron religión distinta; pues importa poco que el instrumento de que nos servimos para salir del error sea partidario o no de la religión que profesamos, si reúne las condiciones todas que se requieren para que en realidad nos preserve del error. Y me refiero, al hablar de los no correligionarios nuestros, a los filósofos antiguos que sobre tales materias especularon, antes de la predicación del Islam.

Siendo, pues, esto así. y como que realmente los filósofos antiguos estudiaron ya con el mayor esmero todas las leyes necesarias para el recto método en las investigaciones filosóficas, convendrá que nosotros pongamos manos a la obra de estudiar los libros de dichos filósofos antiguos, para que, si todo lo que en ellos dicen lo encontramos razonable, lo aceptemos, y si algo hubiere irrazonable, nos sirva de precaución y advertencia.

Cuando hubiéramos terminado esta primera etapa de nuestro estudio, una vez en posesión de los instrumentos precisos para poder investigar la esencia de los seres y descubrir en ella la obra de una inteligencia (porque sólo de este modo se puede deducir la existencia del supremo Artífice), debemos emprender sin demora esa investigación de la esencia de los seres, siguiendo en ella el orden gradual y el método que hayamos aprendido en el estudio de la lógica.

Es también evidente que esta empresa no puede ser realizada por completo, sino mediante investigaciones parciales y sucesivas sobre todos los seres, de uno en uno, y sirviéndose los filósofos posteriores de los estudios llevados a cabo por sus antecesores, según ocurre en las ciencias matemáticas; pues, en efecto, si supiéramos que actualmente no existiese la geometría ni la astronomía, y que, esto no obstante, pretendiera un solo hombre determinar por sí mismo las dimensiones de los cuerpos celestes, sus figuras y las distancias que los separan a unos de otros, no podría conseguir medida de esto, v. gr., precisar la magnitud del sol con relación a la tierra o cualquiera otra dimensión de los astros, aunque fuese el hombre de mayor sagacidad natural, a no ser por revelación divina o cosa semejante. Más aún: si a ese hombre se le dijese que el sol es 150 ó 160 veces mayor que la tierra, seguramente tacharía de locura tal afirmación, a pesar de ser tesis apodícticamente demostrada en astronomía y sobre la cual ningún astrónomo abriga la menor duda, Y lo propio acaece con la ciencia de los fundamentos jurídicos, y hasta con el derecho, que sólo tras largo tiempo se ha podido organizar por completo científicamente. Y si ahora un hombre pretendiese plantear y resolver por sí solo todas las cuestiones ideadas por los juristas de las diferentes escuelas en los puntos llamados de controversia, sobre los cuales versan las disputas escolásticas en la mayor parte de los países del Islam, sin contar el Magreb, seguramente que ese hombre sería digno de risa, por proponerse conseguir un imposible que, sin embargo, ya está realizado. Nótese de paso que lo que acabamos de decir no es propio tan solo de las artes especulativas, sino también de las prácticas: ni una de ellas existe que haya podido ser inventada por un solo hombre; ¿cómo, pues, habría podido serlo la ciencia de las ciencias, es decir, la filosofía?

Infiérese de todo lo dicho que, si encontrásemos en los pueblos antiguos alguno que hubiera investigado y explicado la naturaleza de los seres conforme a las estrictas leyes de la lógica, deberíamos aplicarnos a estudiar las afirma­ciones y tesis contenidas en sus libros, y si alguna de ellas estuviera conforme con la verdad real, aceptarla de sus manos, alegrarnos de haberla encontrado y estarles reconocidos por tal favor; en cambio, si alguna de sus tesis estuviera en pugna con la verdad, serviríamos de aviso y precaución para evitarla y para corregir a sus autores.

De esto resulta evidente que en nuestra religión es cosa obligatoria el estudio de los antiguos, puesto que la intención de ellos y su designio en sus libros es el designio mismo a que nos incita la Ley divina. De consiguiente, quien prohibe esa especulación al que es apto para el estudio especulativo, por reunir estas dos cualidades: natural sagacidad de espíritu, ortodoxia religiosa y moralidad elevada, aparta a los hombres de la puerta donde la Ley divina nos llama al conoci­miento de Dios, que es la puerta de la especulación, que nos conduce a su verdadero conocimiento, y eso indica suma ignorancia y alejamiento de Dios.

Ni aún el hecho de que alguno haya errado en esa especulación y haya tropezado, bien por la insuficiencia de sus facultades naturales, bien por mal orden en su investigación, o por dejarse llevar de la pasión, o porque no encontró maestro que lo dirigiese, o por la reunión de todas estas causas, o por la mayoría de ellas, exige que prohibamos la especulación al que es apto para ella, pues el daño ese que por intervención de dichas causas puede resultar de la especulación filosófica, no es cosa esencial en ésta, sino accidental y lo que por naturaleza y esencia es útil, no debe omitirse por la mera posibilidad de un daño que accidentalmente le sobreviene. Por eso Mahoma, ¡sobre él sea la paz!, cuando mandó a uno propinar miel a su hermano, para curarle la diarrea que tenía y luego por darle la miel, se le aumentó la diarrea, y de ello se le quejó, respondióle: ”Dios dijo verdad, el que mintió fue el vientre de tu hermano”.

Finalmente, el que prohibe el estudio de los libros de los filósofos a quien para este estudio es apto, por razón de que se cree que con ese estudio unos cuantos hombres abyectos se extraviaron, es semejante a quien prohibe al sediento beber agua fresca y buena, hasta dejarle morir de sed, por razón de que bebiéndola se sofocaron algunos y se murieron, pues la muerte ocasionada por el agua en la sofocación es cosa accidental, mientras que la muerte producida por la sed es esencial y naturalmente necesaria. Lo que ocurre con esta ciencia, es cosa que ocurre también en las demás ciencias o artes.¡Para cuantos alfaquíes no fue el derecho canónico ocasión de lanzarse a una vida de incontinencia y de engolfarse en las cosas mundanas! Más aún: en tal estado encontramos a la mayoría de los alfaquíes; y, sin embargo, el derecho canónico esencialmente estimula a la práctica de la virtud. Por tanto, ni siquiera con la ciencia que estimula a la práctica de la virtud, se puede evitar que suceda lo que sucede con la ciencia que incita a las virtudes intelectuales o filosóficas.

4.- Las pruebas deben acomodarse a la capacidad de los individuos. Supuesto esto, ya que todos los muslimes estamos convencidos de que esta nuestra ley divina es la verdad y que ella misma es la que nos incita y llama a esta felicidad de conocer a Dios, ¡poderoso es y grande!, y de conocer sus criaturas, es claro que ese conocimiento habrá de arraigar en cada muslim por el método de creer que su propio ingenio exija, porque en la naturaleza de los hombres hay sus grados respecto de la fe. Unos, en efecto, creen solamente por la demostración apodíctica; otros, mediante argumentos dialécticos, creen con la misma fe que el que posee aquella demostración, porque naturalmente no son para más que eso; otros, con argumentos retóricos, creen como los que con pruebas apodícticas poseen la demostración. Y así resulta que, como nuestra ley divina llama a los hombres por estos tres métodos, la fe a que conducen se extiende por su medio a todos los hombres, exceptuados los que obstinadamente la niegan con su lengua o aquellos que, por ser negligentes en las cosas de su alma, no les constan de cierto los caminos con que la ley divina los lleva a Dios. Por eso, fue Mahoma distinguido por Dios con el mensaje al blanco y al negro, es decir, porque su revelación contiene los varios métodos que llevan a todos al conocimiento de Dios, ¡ensalzado sea!, como claramente consta en el texto que dice: “Llámalos al camino que conduce a tu Señor por medio de la ciencia y por medio de la exhortación moral, y argúyeles en las mejores formas” [Alcorán,16.126].

 5.- Armonía de la fe con la razón.. Ahora bien, siendo verdad lo contenido en estas palabras reveladas por Dios y supuesto que con ellas nos invita al razonamiento filosófico que conduce a la investigación de la verdad, resulta claro y positivo para todos nosotros, es decir, para los musulmanes, que el razonamiento filosófico no nos conducirá a conclusión alguna contraria a lo que está consignado en la revelación divina, porque la verdad no puede contradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y servirle de testimonio confirmativo.

6.- Resolución de los conflictos aparentes. Esto supuesto, cuando el razonamiento filosófico nos conduce a establecer una tesis cualquiera sobre cualquier categoría ontológica, no caben más que una de estas dos hipótesis: o que acerca de la tal tesis nada diga la revelación, o que en la revelación esté contenida. En el primer caso, es evidente que no puede haber contradicción alguna entre la razón y la revelación divina; además, eso mismo sucede cuando el alfaquí formula decisiones jurídicas sobre casos de los cuales nada dice la revelación, induciéndolas de otros casos consignados en el texto, mediante el argumento llamado de analogía. En la segunda hipótesis, o sea, cuando la revelación contiene algún texto relativo a dicha tesis filosófica, hay que ver si el sentido literal del texto se conforma con ella o la contradice, debe entonces buscarse la interpretación alegórica del texto revelado.  

7.-Interpretación alegórica o Ta’wil. Esta interpretación consiste en sacar a las palabras de su significado propio al significado que entraña la metáfora, siguiendo para ello las reglas ordinarias de la lengua árabe en el uso de los tropos, es decir, denominando una cosa con el nombre de otra cosa semejante a ella, o causa suya o contigua en el espacio o en el tiempo, etc. Porque, si de esta interpretación alegórica, echa mano el alfaquí para muchas de sus decisiones jurídicas, ¿con cuánta más razón no podrá utilizarla el filósofo que posee ciencia cierta adquirida por demostración apodíctica, mientras que el alfaquí se apoya solamente en silogismos probables?

Resueltamente decidimos que todo texto revelado, cuyo sentido literal contradice una verdad apodícticamente demostrada; debe ser interpretado alegóricamente, conforme a las reglas de esta interpretación en la lengua árabe. Y ese principio que acabo de formular no ofrece dudas para ningún muslim, ni sospechas de error para ningún creyente.¡Y cómo se fortifica progresivamente esta certeza en el ánimo de todos los que meditan asiduamente dicho principio y lo experimentan en la práctica y se esfuerzan por este propósito de armonizar la ciencia con la fe! Sin embargo, cuantas veces aparezca en la revelación un texto cuyo sentido literal se oponga a una tesis apodícticamente demostrada, yo afirmo que, examinado atentamente todo aquel texto y estudiando página por página los demás textos del Libro Sagrado, se encontrará forzosamente alguna, cuyo sentido literal autorice y confirme o poco menos aquella interpretación alegórica.