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Prólogo

Pedro Alfonso, siervo de Jesucristo, autor de este libro, dijo: Doy gracias a Dios; que es el primero sin principio, origen de todos los bienes, fln sin fin, complemento de todo lo bueno, sabio que da al hombre razón y sabiduría, que nos favoreció con su sabiduría e ilustró con la claridad de su razón y enriqueció con la multiforme gracia del Espíritu Santo. Y porque Dios se dignó vestirme, aunque pecador, de muy variada sabiduría y para que la luz a mí confiada no quede escondida bajo el celemín, a instigaciones de este mismo espíritu me he visto. impulsado a componer este libro para la utilidad de muchos, suplicándole a mi vez que lo empiece con buen paso y me guarde para que en su transcurso no diga nada que desagrade a su voluntad. Amén.

Dios, pues, que me impulsó a componer este libro y a traducirlo al latín, venga en mi auxilio. Meditando conmigo mismo una vez y otra y esforzándome por todos los medios en penetrar las causas de la creación  del hombre, llegué al convencimiento de que el ingenio humano, por mandato de su creador, tenía por misión, durante su permanencia en este siglo, el ejercitarse en el estudio de la santa filosofía, por medio de la cual podía adquirir un conocimiento más exacto acerca de su creador, esforzarse  en vivir una vida de mayor continencia y saber precaverse de las adversidades que le acechaban, y andar en este siglo por camino tan seguro que lo llevase hasta el reino de los cielos. Si viviere conforme a las normas de esta santa disciplina, ha cumplido el fin para que fue creado, y debe por tanto llamarse perfecto. He meditado mucho también sobre la fragilidad de la condición humana, que necesita recibir la instrucción poco a poco para no atosigarse; no me olvidé tampoco de su dureza, que en cierta manera es necesario ablandar y dulcificar a fin de que retenga las enseñanzas con mayor facilidad, y como es olvidadiza, necesita de muchas cosas que le hagan recordar sus olvidos. Por ello compuse yo este pequeño libro tomándolo en parte de los proverbios de los filósofos y de sus correcciones, en parte de proverbios y ejemplos de los árabes, de fábulas y versos, y finalmente de semejanzas de animales y de aves.

Pensé también en la manera en que mis escritos ofrecieran a los lectores y oyentes estímulo y ocasión de aprender, evitando toda superfluidad para que de este modo no sirvieran al lector de carga más que de ayuda. Los discretos recordarán lo olvidado por medio de las cosas que aquí se contienen. El título del libro, tomado del mismo asunto, es el de Disciplina Clerical, porque hace disciplinado al clérigo. He procurado evitar, sin embargo, según las posibilidades de mi criterio, que se deslice en este tratado nada contrari­o a nuestras creencias ni repugnante a nuestra fe.

Si alguien repasa este opúsculo con ojos meramente humanos y materiales y en él algún desliz de la humana naturaleza, le insto a que vuelva a leerlo una y otra vez, pero con ojos más sutiles, y, por último, lo someto a su corrección y a la de todos los maestros de la fe católica. Nada hay perfecto en las obras humanas, según criterio del Filósofo.

El texto reproducido es de Pedro Afonso, Disciplina clericalis, ed., María Jesús Lacarra, trad., Esperanza Ducay, Guara Editorial, 1980