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Sobre la unión amorosa

Uno de los aspectos del amor es la unión amorosa, que constituye una sublime fortuna, un grado excelso, un alto escalón, un feliz augurio; más aún: la vida renovada,1‘Al-haya al-muchaddada’. Desde que Pétrof editó el textono ha dejado de señalarse la semejanza de estas palabras con el título de la famosa obra de Dante: ‘La Vita Nova’. la existencia perfecta, la alegría perpetua, una gran misericordia de Dios. Si no fuese porque este mundo es una mansión pasajera, llena de congojas y sinsabores, y el paraíso, en cambio, la sede de la recom­pensa y el seguro de toda malaventura, todavía diríamos que la unión con el amado es la serenidad imperturbable, el gozo sin tacha que lo empañe ni tristeza que lo en­turbie, la perfección de los deseos y el colmo de las esperanzas.

Yo, que he gustado los más diversos placeres y he alcanzado las más variadas fortunas, digo que ni el favor del sultán, ni las ventajas del dinero, ni el ser algo tras no ser nada, ni el retorno después de una larga expatriación, ni la seguridad después del temor y de la falta de todo refugio tienen sobre el alma la misma influencia que la unión amorosa sobre todo si la han precedido largos desabrimientos y ásperos desdenes que han encendido la pasión, alimentado la llama del deseo y atizado la hoguera de la esperanza.

Ni el esponjarse de las plantas después del riego de la lluvia; ni el brillo de las flores luego del paso de las nubes de agua en los días de primavera; ni el murmullo de los arroyos que serpentean entre los arriates de flores, ni la belleza de los blancos alcázares orillados por los jardines verdes, causan placer mayor que el que siente el amante en la unión amorosa, cuando te agradan sus cualidades, y te gustan sus prendas, y tus partes han sido correspondidas en hermosura. Las lenguas más elo­cuentes son incapaces de pintarlo; la destreza de los retóricos se queda corta en ponderarlo; ante él se ena­jenan las inteligencias y se engolfa el entendimiento.

Sobre este asunto he dicho:

Alguien me preguntó mi edad,
al ver canas en mis sienes y en mis mejillas.
Le respondí: «-Sólo cuento que he vivido un momento
pensando justa y razonablemente.»
«-¿Cómo es eso?-me dijo-. Acláramelo.
Me has contado la más extraña de las nuevas.»
Yo le dije: «-A la que posee mi corazón
le di, un día, un beso, por sorpresa.
Por muchos años que viva. no pensaré
que he vivido, en realidad, más que aquel momentito.»

Uno de los más deliciosos aspectos de la unión son las citas. Esperar una cita es algo que ocupa un maravilloso lugar en las entretelas del corazón. En esto cabe distinguir dos modalidades.

La primera de ellas consiste en que el amante prometa visitar a su amado. Sobre este asunto he dicho en una poesía:

Hablé de noche con la luna llena cuando mi amada se retrasaba
y vi en su luz como un vislumbre del esplendor de mi amada.       .
Pasé la noche feliz, mientras el amor mentía,
la unión sonreía y el desvío frunció el ceño.

La segunda consiste en que el amante espere la pro­metida visita de su amado. Estos preludios de la unión y primeros pasos del cariño se adentran en el corazón como ninguna otra cosa.

Yo conocía a un individuo perdidamente enamorado de una mujer que habitaba en una de las casas vecinas y que iba a visitarla siempre que quería, sin ningún impedimento, igual de día que de noche. Durante mucho tiempo no pudo hacer más que verla y hablar con ella; pero, al fin, la suerte le favoreció con una respuesta afirmativa, y le fue posible ser feliz después de haber tan largamente desesperado. Me acuerdo que estuvo a punto de perder la razón por el contento y que sus palabras se atropellaban por el regocijo. Sobre este asunto he dicho:

La imploré con súplicas que, si las hubiera dirigido a mi Señor,
absuelto hubiera sido mi pecado,
y si las hubiera dirigido a los leones del desierto,
éstos hubieran dejado de dañar a nadie.
Por fin, tras su apartamiento, me consintió darle un beso
y excitó mi angustia que estaba acallada.
Soy como el que bebe agua para aplacar su sed,
y, ahogándose al beber, se despeña en la tumba.

Y en otro poema he dicho:

Exhalo amor de mí como el aliento,
y doy las riendas del alma a mis ojos enamorados.
Tengo un dueño que no cesa de huirme;
pero que, a veces y de improviso, se siente generoso.
Lo besé, queriendo aliviarme;
pero la sequedad de mi corazón no hizo sino crecer.
Son mis entrañas como un seco herbazal
donde alguien arrojó un tizón ardiendo,

A este poema pertenece el verso.:

¡Vete en mal hora, perla de la China!
Me basta con mi rubí de España.

Conocía yo a una esclava que se prendó ardientemente de un mancebillo, hijo de un hombre principal, sin que él lo advirtiera. Su pasión por él creció de tal modo y su tristeza se hizo tan prolongada, que llegó a derretirse de amor; pero él; en la bizarría de la juventud, no se daba cuenta. No se atrevía a declarársele por pudor, pues era del todo virgen, y por la cortedad que sentía para abordarlo, no sabiendo si era correspondida. Como la cosa se demoraba y tenía la certeza de sus sentimientos, acabó por franquearse con una mujer de mucho juicio, de quien se fiaba porque la había criado, y ésta le dijo: «-Insinúate mediante versos.» Así lo hizo una y otra vez, pero el mancebo no reparaba, pues, con ser sumamente listo y agudo, como no pensaba en semejante cosa, no se percataba del doble sentido de las palabras. Al fin, la esclava perdió la paciencia: el amor desbordó de su pecho y no pudo sujetarse. Una noche tuvieron una entrevista en que se quedaron solos. El era temeroso de Dios, casto, circunspecto e incapaz de mal. Cuando llegó el momento de separarse, ella se abalanzó y le besó en la boca. Luego, y en el mismo instante, se alejó sin decir palabra. Al marcharse se contoneaba como yo he descrito en estos versos:

Cuando se cimbrea al andar, parece
un ramo de narciso que se balancea en el jardín.
Diríase que sus zarcillos están en el corazón de su enamorado,
porque, cuando anda, en él repercuten el pinchazo y el tintineo.
Tiene, el andar de la paloma, en el que no es censurable
la torpeza ni vituperable la lentitud.2Como la mujer musulmana ideal ha de llevar una vida muelle y sedentaria, y tener caderas opulentas, en contraste con la fragilidad del talle, sus andares han de ser lentos y dificultosos, cosa que para los poetas y enamorados es un encanto más.

El muchacho se quedó atónito, consternado y sin fuerzas, triste el corazón y presa del abatimiento. Apenas había ella desaparecido de su vista, cayó en las redes de la muerte, sintió que le ardían las entrañas, su aliento se tornó fatigoso, mil temores se sucedieron en él de continuo, creció su desazón y no pudo dormir: aquella noche ni pegó ojo. Tal fue el comienzo de un amor que les duró por largo tiempo, hasta que la mano de la separación desanudó los vínculos que les ataban. Estas son las industrias del demonio y las incitaciones de la pasión, de las cuales nadie se libra más que aquel a quien Dios Honrado y Poderoso resguarda.

Hay quien dice que la duración de la unión amorosa acaba con el amor; pero es un parecer deleznable, pues tal cosa no sucede más que a las gentes inconsecuentes. Por el contrario, cuanta mayor es la unión entre los amantes, mayor es también su mutuo afecto.

De mí sé decirte que jamás he bebido del agua de la unión sin que se me acreciera la sed. Tal es la ley del que se medicina con su propio mal, aunque sienta en ello algún consuelo. He llegado en la posesión de la persona amada a los últimos limites, tras de los cuales ya no es posible que el hombre consiga más, y siempre me ha sabido a poco. Así he estado durante largo tiempo, sin sentir hastío ni experimentar tedio.

Una vez que me reuní con una persona a quien amaba, mi imaginación, al hacer recuento de los diferentes modos de unión amorosa, no encontró ninguno que no quedase por bajo de mi propósito, que no resultase insuficiente para remediar mi pasión e incapaz de calmar la más pequeña de mis ansias. Cuanto más me acercaba a mi amada, más crecía mi agitación, y el pedernal del deseo encendía con mayor fuerza el fuego de la pasión en mis entrañas. Sobre este encuentro he dicho:

Desearía rajar mi corazón con un cuchillo,
meterte dentro de él y luego volver a cerrar mi pecho,
para que estuvieras en él y no habitaras en otro,
hasta el día de la resurrección y del juicio;
para que moraras en él durante mi vida y, a mi muerte,
ocuparas las entretelas de mi corazón en la tiniebla del sepulcro.

No hay en el mundo condición que iguale a la de los amantes, cuando están libres de espías, a resguardo de murmuradores, a seguro de separación, a salvo de rup­tura, lejos de toda inconsecuencia y sin censores; cuando se equiparan en gustos y se corresponden en amor; cuando Dios les ha dado holgados medios de sustentarse, una vida tranquila y un tiempo sosegado; cuando sus relaciones se acodan al beneplácito de su Señor, y su compañía dura e alarga hasta que viene la muerte, que nadie puede rechazar ni eludir. Pero es ésta una gracia que muy pocos logran y un regalo que no se otorga a todo el que lo solicita.

Si no fuese porque esta condición suele llevar aparejado el temor de las súbitas acometidas del Destino, que Dios Honrado y Poderoso decreta en sus ocultos designios, como es, por ejemplo, el que ocurra una separación inesperada, o que la muerte arrebate a uno de los amantes en la flor de la juventud, o cosa análoga; todavía diría que es una situación alejada de todo infortunio e intacta de toda desgraciada intromisión.

A uno he conocido que reunía todas estas cualidades; pero sufría la desgracia de que la persona de quien estaba enamorado tenía un carácter áspero y el desvanecimiento propio de quien se sabe amado. Por ello no disfrutaban de la vida, ni salía el sol ningún día en que no hubiera entre ellos alguna diferencia. Y así siguieron ambos de este modo, por la confianza que cada uno tenía en el amor del otro, hasta que les llegó la separación y fueron desunidos por la muerte prefijada para cuanto existe en este mundo. Sobre este asunto he dicho:

¿Cómo he de censurar al alejamiento y tratarlo injustamente,
si el carácter de quien amo es todo alejamiento?
El amor hubiera bastado para ponerme en un aprieto.
¿Cómo estaré, pues, habiéndose reunido en mi alejamiento y amor?

Se cuenta de Ziyad ibn Abi Sufyan (¡Dios lo haya per­donado!)3Más conocido por Ziyhad ibn Abihi, famoso gobernador del Iraq, bajo su medio hermano Mu’awiya I. Murió el año 56-7 de la Héjira. que una vez dijo a sus comensales: «-¿Quién es el hombre que lleva la vida más feliz?» Le respondieron: «-El Prlncipe de los Creyentes.» Pero él objetó: «-¿Y dónde dejáis lo que tiene que sufrir con los de Qurays?»4Es decir, sus parientes y los otros miembros rivales del gran tribu, que era la de Mahoma y a la que habían de pertenecer los califas.  Le dijeron: «-Entonces eres tú.» Pero él objetó: «-¿y dónde dejáis lo que tengo que sufrir con los Jarichíes5Los más antiguos cismáticos del Islam, que no aceptaron el arbitraje de la batalla de Siffin (657) y sostuvieron una doctrina políptico-religiosa no conformista, muy rigorosa y puritana.  y con la defensa de las fronteras?» Le dijeron: «-Enton­ces, oh Emir, ¿quién es?» Y contestó: «-Un hombre musulmán que tenga una mujer musulmana, con medios bastantes para vivir; que se gusten él a ella y ella a él; que no nos conozca y a quien no conozcamos.»

¿Hay, por acaso, entre las bellas cosas que fuerzan la admiración de las gentes, absorben los corazones, atraen los sentidos, fascinan las almas, se apoderan de los instintos, paralizan el entendimiento y arrebatan la razón algo que pueda equipararse a la solicitud del amante para con su amado? Yo he visto muchos casos de esta situación, que es uno de los espectáculos más maravi­llosos y de los que producen una ternura más sutil, sobre todo si el amor es clandestino. Si tú vieras al amado cuando se insinúa preguntando la causa por la cual el amante está enojado, y la timidez con que éste se disculpa para salir del mal paso en que se halla, y sus artes para desviar la cuestión, y sus mañas para encontrar una manera con la que quedar bien ante los presentes, verías una cosa maravillosa y un secreto placer al que ningún otro se asemeja. Nada he visto que atraiga el corazón, influya en la vida y penetre hasta los puntos vitales como estas cosas.

Cuando los amantes están en buena armonía se dan uno a otro tales disculpas, que ponen en aprieto a las inteligencias más avisadas y a los entendimientos más fumes. Yo lo he visto algunas veces, y he dicho:

Mezclando lo verdadero con lo falso,
paso cuanto quiero a los ojos del descuidado,
aunque entre una y otra cosa hay diferencias,
cuyo signo se muestra a los inteligentes.
Es como el oro: aleado con plata
corre entre los mancebos ignorantes;
pero si topa con un orfebre diestro,
éste distingue lo que es puro de lo que está alterado.

Yo conocía a un mancebo y una esclava que se amaban uno al otro. Cuando estaba presente alguien, se recos­taban poniendo entre ambos una gran almohada de las que suelen colocarse en el estrado para que apoyen la espalda las personas de respeto, y, haciendo que se tendían por estar fatigados, juntaban las cabezas por detrás del almohadón y se daban besos, sin ser vistos. Así, llegaron en la mutua satisfacción de su amor a grandes extremos, hasta que el mancebo amante se insolentó un poco con la esclava.6Otros traductores, entre ellos Gabrieli, han entendido ‘hasta que el mancebo amante tal vez tomó plena posesión de ella’.

Sobre este asunto he dicho:
Una de las maravillas del tiempo,
que abruman a quien las oye y a quien las dice,
es que la montura desee al jinete,
que el interrogado se someta a quien pregunta,
que el cautivo domine al aprehensor,
que el muerto ataque al asesino.
Antes de ahora: jamás oímos entre las gentes
que lo esperado se humillara ante el que espera.
¿Puedes explicarlo de otro modo
que por la sumisión del participio pasivo al activo?

Una mujer de quien me fío me contó cómo ella conocía a un mancebo y a una esclava que sentían uno por otro un amor extraordinario. Un día se reunieron para divertirse en un determinado lugar. El mancebo tenia en la mano un cuchillo con el cual partía una fruta y, habiendo apretado con demasiada fuerza, se hizo en el dedo pulgar una ligera cortadura que empezó a manar sangre. La muchacha, que iba cubierta de una túnica de gasa de color granate, de mucho precio, echó al punto mano a ella, la desgarró, cortó un jirón y vendó con él el pulgar del muchacho. Esto es muy poco en relación a lo que debe hacerse con el amante y constituye un deber estricto y una ley obligatoria. ¿Cómo no ha de ser así? El que ha entregado su alma y hecho don de su espíritu, ¿qué podrá ya negar?

Yo he alcanzado aún a conocer a la hija de Zakariyya’ ibn Yahya al-Tamimi, el llamado lbn Bartal, sobrina de Muhammad ibn Yahya, que fue gran cadí de Córdoba, y hermana del visir y general a quien mató Galib en la famosa batalla de la frontera, junto con otros dos gene­rales llamados Marwan ibn Suhayd y Yusuf ibn Sa’id al-‘Akki. Estaba casada con Yahya ibn Muhammad hijo éste del visir Yahya ibn lshaq.7Yahya al-Tamini Ibn Bartal era padre de Burayha, madre de Almanzor, y, por tanto, abuelo de éste. Murió de re­pente, cuando ambos estaban en la más placentera ju­ventud y en la más lozana alegría, y ella, en su dolor, llegó al extremo de pasar con él la noche en que murió bajo un mismo cobertor, como último testimonio de lealtad y unión. Y la pena que por él sintió no la aban­donó ya hasta su muerte.

La unión clandestina, que burla a los espías y se res­guarda de los presentes y que se declara en sonrisas a hurto, toses fingidas, señales hechas con las manos, rozamientos de los cuerpos y presiones con la mano y con el pie, produce en el alma una sensación deleitosa. Sobre este asunto he dicho:

La unión clandestina ocupa un lugar
a que no llega la unión posible y manifiesta.
Es un placer mezclado de precaución
como el andar por medio de las dunas.

Uno de mis amigos, de quien me fío, hombre principal y de ilustre cuna, me contó que en su mocedad se ena­moró de una esclava que estaba en una de las casas de su familia. Era inaccesible para él; pero tenia perdida la cabeza por ella. «-Una vez -me dijo- tuvimos un día de campo en el cortijo de uno de mis tíos, en el llano que hay a poniente de Córdoba. Nos paseamos por los jardines, lejos de las casas, y nos divertimos junto a los arroyos. De pronto el cielo se cubrió de nubes y prin­cipió a llover. En las cestas de viandas no había mantas suficientes para todos. Entonces mi tío mandó traer una de las mantas, me la echó encima y mandó a la es­clava que se cobijara conmigo. ¡lmagínate cuánto quieras lo que fue aquella posesión ante los ojos de todos y sin que se dieran cuenta! ¿Qué te parece esta soledad en medio de la reunión y este aislamiento en plena fiesta?» Luego me dijo: «-¡Por Dios! Jamás olvidaré aquel día.» Y me acuerdo que mientras me lo contaba reían todos sus miembros y se agitaba de alegría, a pesar de lo remoto del suceso y del tiempo transcurrido. Sobre este asunto compuse una poesía, de la que es este verso:

Ríe el jardín mientras las nubes lloran,
como el amado cuando lo ve el afligido amante.

Uno de los más peregrinos modos de unión es el si­guiente, que me refirió uno de mis amigos: Tenia éste su amor en una casa vecina a la suya. Entre ambas había un lugar desde el cual los de una casa podían ver a los de la otra, y la muchacha solía colocarse en aquel sitio, donde había una especie de pórtico. Un día ella le saludó con la mano envuelta en su túnica y, cuando él le pre­guntó luego qué significaba aquello, le respondió: «-Puede descubrirse algo de nuestro secreto y colocarse aquí alguien que no sea yo para saludarte. Si tú le res­pondes, verá comprobadas sus sospechas. Por tanto, ésta será la señal entre nosotros dos, y, si ves que una mano descubierta te hace saludos, es que no es la mía, y no debes responder.»

A veces la unión amorosa viene a ser tan dulce y los corazones se aúnan de tal modo, que los amantes llegan a despreciar el qué dirán, a no parar mientes a los cen­sores, a no ocultarse de los espías, a no cuidarse de los chismeros, e incluso entonces las hablillas acrecientan su deseo.

Sobre la pintura de la unión amorosa yo he compuesto
un poema, del que es este verso:

¡Cuántas vueltas di en torno del amor,
hasta caer en él, como la mariposa en la luz!

Y este otro:

Las incitaciones del amor llevan a la unión
como el viajero nocturno se guía por el resplandor del fuego.

Y este otro:

Diome a beber segunda vez de la unión de mi dueño,
como se da a beber segunda vez al ansioso sediento.

Y este otro:

Al contemplarla, no podrás detener tus ojos en un límite
porque su belleza es siempre creciente e inagotable.

También he dicho en una qasida:

¿Hay quien pague el precio de sangre del asesinado por el amor?
¿Hay quien rescate al cautivo del amor?
¿O podrá acaso el destino hacerme retroceder hacia mi amada,
como en aquel día que pasamos junto al río?
Lo pasé nadando y estaba sediento:
¡Qué maravilla uno que nada y tiene sed!
El amor, dueño mío, me dejó tan extenuado,
que no pueden verme los ojos de los que me visitan.
¿Cómo se las arregló el amor para llegar
a quien es invisible para todos?
El médico se ha aburrido de intentar curarme
y hasta mis émulos sienten piedad de mi dolencia.