El autor del Libro de buen amor, Juan Ruiz, arcipreste de Hita, es en toda probabilidad una ficción creada por el autor anónimo del libro. Este autor, al narrar su propia autobiografía, nos guía por una serie de aventuras amorosas suyas cuya finalidad es una combinación de enseñanza (doña Endrina) y diversión (las serranas), a la vez que parece querer catequizar a su público sobre los peligros del loco amor.
Hay, en efecto, dos arciprestes: el primero es el arcipreste protagonista, el aristotélico heterodoxo que deduce haber nacido bajo el signo de Venus, que se deja arrastrar por todas las especies de incitación a la lujuria; el segundo, el arcipreste didáctico que acude a la escritura para cautelar sobre el loco amor y catequizar a su público. Si con las andanzas del primero “alegra los cuerpos”, con las enseñanzas del segundo “presta a las almas” (v. 13d). Las voces de los dos arciprestes se interfieren con frecuencia. Pero ambos saben que el remedio principal contra la lujuria es “una dueña garrida”, la Virgen María.1Naturalmente se trata de un nuevo salto del seso a la burla, como se aprecia en el verso 64d Bajo su advocación, y la de Jesucristo (oración inicial) abre y cierra el arcipreste su obra (estrofa 19 y 1626).
El concepto de los dos arciprestes lo desarrolla Alberto Blecua, ed. Libro de buen amor, Cátedra, 1996, p. xlii.